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La Liturgia de hoy nos invita a contemplar la figura de una de las mujeres mas importantes de la comunidad cristiana primitiva, a decir del Papa Francisco, es Apóstol de los Apóstoles, María de Magdala, más conocida como María Magdalena. Una mujer cuya figura fue, a lo largo de la historia, foco de grandes interpretaciones debido a que en ella la Iglesia descubrió un inmenso tesoro de misericordia.
Nos cuenta el Evangelio según San Juan que Jesús puso sus ojos de modo especial sobre ella y, en la mañana de Pascua, se le apareció en el huerto, porque ella lo amó mientras vivía, lo vio morir en la cruz lo buscó yacente en el sepulcro y fue la primera en adorarlo cuando resucitó de entre los muertos; así fue honrada con el oficio del apostolado entre los apóstoles para que ellos anunciaran la buena noticia de la vida nueva hasta los confines del mundo.
Queremos destacar dos detalles del amor que María Magdalena descubrió en Jesús: el primero de ellos son las lagrimas que ella derramo antes la muerte de Jesús. Las lágrimas, como el Papa Francisco lo recuerdan, son los ojos para ver a Jesús. Las lagrimas limpian el alma cuando esta brotan por amor, como fue el caso de María. Aquella experiencia de las lágrimas de María nos toca en lo profundo del corazón a cada uno y cada una: la fuerza del amor mueve a nunca perder la esperanza. María es la mujer de la esperanza. Ella se acerca al sepulcro a encontrar, quizás ilusamente, a aquel que, en vida, toco tan profundamente su corazón que le descubrió un horizonte nuevo en su vida. De eso se trata: el encuentro con Jesús nos da un horizonte nuevo, mas elevad y luminoso. Ella descubrió que la vida ya no podía ser la misma luego del paso de Jesús en su camino. Y eso se reflejó en la imagen de sus lagrimas a las puertas del sepulcro.
El otro detalle es el encuentro con el Resucitado. Jesús la ve y la llama por su nombre. Al nombrarla, ella descubre que El esta vivo. Que la llame por su nombre es un signo de amor: Dios te llama por tu nombre porque te conoce bien, y solo se conoce bien a quien se ama. El la ama y por eso la nombra. Ese nombre fue el sello que termino por marcar en su corazón el signo del amor de Jesús por ella. A partir de ahí, la vida se mira hacia adelante, con la esperanza de que, lo que El nos prometo, se cumplirá. La vida de María nos enseña que hay que amara, aunque duela, porque el Señor cumplen sus promesas. Inspirados por la vida de esta mujer, también nosotros pedimos la gracia de un encuentro tan profundo con Jesús, que nos renueve y nos haga sentir profundamente amados por él.
Desde el Santuario de Lujan, nos hacemos eco del testimonio de esta extraordinaria mujer, que nos inspira a contemplar en las lagrimas de los peregrinos el encuentro con Jesús amado, a través de su Madre, Nuestra Señora de Lujan.
Buenos Aires (Luján), lunes 22 de julio de 2024.
Fiesta de Santa María Magdalena.
Por el p. Sebastián Ríos