.
¡Querida Iglesia peregrina! El título de esta reflexión quiere mostrar lo que testimonia este Triduo Pascual que comenzamos a celebrar en este Jueves Santo: Un Dios que nos amó, nos ama y nos amará por siempre. Dice Juan en su Evangelio, el que hoy escuchamos en la Misa: “Antes de la fiesta de Pascua, sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre, él, que había amado a los suyos que quedaban en el mundo, los amó hasta el fin” (Jn. 13,1). Y el inmenso amor que Dios nos tiene, manifestado en Cristo Jesús, une los tres misterios que hoy celebramos al conmemorar la última cena del Señor con los apóstoles: la institución, por parte de Jesús, de la Eucaristía, del ministerio sacerdotal ordenado y su mandamiento de amor y servicio.
En la segunda lectura de la Misa de hoy, de la primera carta de San Pablo a los Corintios (11, 23-26), el apóstol narra el momento de la institución de la Eucaristía. Él cuenta como Jesús anticipa que dará su vida por amor en la cruz en el pan y en el vino que entrega a los apóstoles, que son su Cuerpo y su Sangre. Y los invita a comerlo y beberlo en su memoria, y proclamando su muerte hasta que Él vuelva. Así, el Señor instituye la Eucaristía como sacramento de amor en el que Él se nos da para que lo recibamos y con Él su vida, amor y salvación. Desde los apóstoles y primeras comunidades cristianas, la Iglesia celebra la Eucaristía como memoria y actualización de la entrega de Jesús y de su redención. Y se nos invita a recibirlo como alimento que nos ayuda a seguir caminando en nuestra vida y, como dice el Papa Francisco, como “remedio para los pecadores y no premio para los justos”.
Jesús, en la última cena, al invitar a los apóstoles con sus palabras “hagan esto en memoria mía”, les comunica su sacerdocio, e instituye el ministerio sacerdotal. Estos luego lo han comunicado a otros, y así se ha ido dando por medio de la sucesión apostólica hasta hoy, que los Obispos ordenan a los sacerdotes. También eso conmemoramos en este día, la propuesta de Jesús de que varones, recibiendo el sacramento del Orden Sagrado, reciban el sacerdocio apostólico. Todos los sacerdotes estamos llamados a ser instrumentos del mismo Dios, de su gracia y de su amor con: la celebración de los sacramentos, el anuncio de la Palabra y el testimonio de nuestra vida, que está llamado a ser el de Jesús Buen Pastor. Es un don inmerecido que el Señor nos da, un tesoro en vasijas de barro, que misteriosamente es fuente de plenitud y santificación para nosotros y para todo el Pueblo de Dios. Hoy es un día para agradecer a Dios el don del sacerdocio ordenado y rezar especialmente por todos los sacerdotes.
Y en el Evangelio de la Misa de hoy, cuenta San Juan el momento en que Jesús en la última cena lava los pies a sus discípulos e invita a ellos a hacer lo mismo entre ellos. Y por esto también hoy recordamos el mandamiento que Jesús nos dejó, no cómo una obligación que tenemos que cumplir, sino como palabras que contienen una invitación a un estilo de vida que nos regala la felicidad. Primeramente, es interesante destacar la actitud de Pedro, que primeramente no quiere dejarse lavar los pies por el Señor, y luego termina accediendo. El gesto de dejarse lavar los pies es la propuesta de siempre dejarnos amar profundamente por Él. Algo que siempre todos necesitamos, ya que fuimos hechos para ser amados, y tantas veces buscamos ese amor en otras cosas. Y desde esa experiencia, nosotros amar y lavar los pies a los otros, ya que eso les propone el Señor luego a los apóstoles. En tiempos de Jesús, eran los esclavos quienes lavaban los pies cuando llegaban invitados a una casa para recibirlos. Y por eso Jesús descoloca cuando se pone Él a lavarle los pies a los discípulos, ya que es el Maestro. Y les dice: “Les he lavado los pies, ustedes también deben lavarse los pies unos a otros. Les he dado el ejemplo, para que hagan lo mismo que yo hice con ustedes” (Jn. 13,14b-15). Y también “ustedes serán felices si, sabiendo estas cosas, las practican” (Jn. 13,17). Así cómo el se abajó, les lavó los pies, los sirvió y los amó, ellos también están llamados a hacer lo mismo entre ellos, con los demás. Y en ellos estamos nosotros, y Cristo nos propone el mismo estilo de vida: abajarnos y vivir entregándonos a los demás por amor, sirviéndolos y lavándoles los pies; especialmente a los más necesitados, pobres, enfermos y sufrientes.
Hago mías las palabras del Obispo de nuestra Arquidiócesis de Mercedes-Luján: “Si me preguntasen hoy, qué es para mí evangelizar, diría: “se trata de lavarnos los pies unos a otros”. Quiero decir, se trata de poner por obra lo que creemos con gestos concretos […] Hacer como hizo Jesús: animarnos a perdonar cuando parece imposible; servir a los que nos hacen daño; llevar la paz donde hay violencia; poner luz en medio de la oscuridad con palabras y gestos de esperanza; dejar de quejarse, haciendo de la queja un modo de convivencia, por el contrario, comprometerse; dar una mano cuando otros se borran; poner la cara por alguien al que hay que defender y cuidar; decir la verdad con coherencia, sin juicios estridentes y con misericordia; vivir en la humildad, caminar juntos, ser sencillos, alegres, fraternos y abrir las puertas”. [1]
Queridos/as hermanos/as, en estos días tan importantes dejémonos encontrar por Dios y su inmenso amor en la Eucaristía, agradezcamos el sacerdocio ministerial ordenado y permitamos que Él nos lave los pies, nos renueve con su amor, para ser cada día más hermanos y vivir dándonos por amor en el servicio y la ayuda concreta a todos, todos, todos.
.
Referencias:
[1] J.E. Scheinig, Carta pastoral para la Cuaresma 2023, punto 22.
Buenos Aires (Luján), jueves 17 de abril de 2025.
Jueves Santo, 2025.