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Hoy celebramos, con toda la Iglesia, el cumpleaños de la Virgen María. La fiesta de la Natividad de la Santísima Virgen María se remonta a la tradición de oriente hacia el sigo VI. Esta celebración nos llena de alegría, al poder contemplar como la misma madre de Jesús, nuestra madre, llego al mundo en el seno de una familia, siendo ella misma desendéudate del pueblo elegido, el pueblo de Israel.
Si bien no tenemos testimonios en los evangelios de este acontecimiento, tenemos antiguos testigos que nos recogen el día en que María, hija de San Joaquín y Santa Ana, vino a vivir entre nosotros. No obstante, la fuerza de la palabra de Dios no deja de hacerse eco de las palabras del profeta Miqueas, quien había hablado, en su tiempo, de una mujer que debiera dar a luz la salvación del mundo (cf. Miq 5,2). María nació, para dar nacimiento a la Salvación. EL nacimiento de María abre un nuevo y definitivo tiempo en la historia. Ya han pasado las horas oscuras y desiertas en las cuales los hombres y mujeres de todos los tiempos se encontraban, horas de muerte e incertidumbre. Ahora la estrella se ha puesto en nuestro horizonte, María se ha puesto de pie, siendo una humana como cualquiera de nosotros, para manifestar su fidelidad a Dios en favor nuestro, por lo que todas las generaciones la llamaran feliz, como lo expresa el canto que ella realiza en la casa de su parienta Isabel.
Miremos a María, encontremos un lugar privilegiado en su corazón, miremos sus manos abiertas para recibir a todos, miremos sus manos recogidas junta a su corazón para llevar a todos en la oración a Dios. Miremos a María, quien en cada hora incierta que nos toca transitar, nos llama a poner toda nuestra vida en sus manos, bajo su mirada amorosa y siempre atenta a lo que nos pasa. En este día de fiesta, miremos a María y dejemosno mirar por ella, ya que en su mirad se esconde la mirada de Dios y en esa mirada, todos nos sentimos abrazados, cuidados y escuchaos.
Virgen clemente, que abriste siempre tu corazón materno a las oraciones de la humanidad, a veces dividida por el desamor y también, desgraciadamente, por el odio y por la guerra, haz que sepamos siempre crecer todos, según la enseñanza de tu Hijo, en la unidad y en la paz, ¡para ser dignos hijos del único Padre celestial!
Amén.
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