Caminar juntos en la esperanza, reflexión en el primer domingo de Cuaresma

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El miércoles pasado con la imposición de cenizas ha dado inicio a la cuaresma de este año. El título de este comentario recoge las tres palabras con las que el Papa Francisco nos invita a recórrela, una cuaresma que supone un camino que no recorremos solos sino con otros “juntos” en la esperanza, en ver siempre un horizonte que llama al encuentro con Dios, una vida en la que siempre lo mejor está por venir.

Las lecturas de este domingo nos invitan justamente a contemplar la propia vida en camino, un camino que podemos reconocer viendo hacia atrás, lo que ajusta nuestras perspectivas conociendo de dónde venimos. Un camino que ciertamente vivimos hoy, en un presente siempre cambiante que nos desafía, nos tienta a dejar de confiar en Dios, en los nuestros, en nosotros. Un futuro que aún incierto a veces nos tiene que llenar de esperanza porque siempre y a pesar de todo el mal que nos tira hacia atrás, nos desanima, nos llena de temor, el sol SIEMPRE VUELVE A SALIR.

La historia del pueblo de Dios que vemos en el AT y que también se describe en la primera lectura de hoy, es una historia siempre “en camino” en relación con un Dios que guía, protege, acompaña, pero ciertamente no nos quiere ciegos o negados a la realidad y es por eso que la imagen del desierto, los 40 años en el desierto antes de entrar a la tierra prometida, a la tierra que mana leche y miel, es una imagen que se ajusta al camino de la cuaresma. En el desierto NO HAY NADA, solo estamos nosotros con nuestras necesidades, limitaciones, miedos y dudas. Pero también están nuestros sueños, nuestra entereza, nuestro valor, también podemos reconocer presente a Dios a nuestro lado. Será allí donde podamos medir la magnitud de nuestra pequeñez una magnitud que solo se compara a la grandeza de nuestro Dios. Si queremos medir lo pequeños que somos, lo enormemente pequeños que podemos ser, solo se compara a la grandeza de un Dios que justamente allí, al reconocernos pequeños, puede hacer de nosotros mas de lo que podemos ser. Allí es donde reside la importancia de recorrer, como un camino de desierto, nuestra cuaresma.

Por medio de la fe, vivida y encarnada en Jesús, hemos sido liberados de la esclavitud del pecado y de la muerte. A partir del día mismo de nuestro bautismo recibimos la vida de Cristo, entregada a nosotros en la Cruz. Su resurrección es también la nuestra, nuestra pasión es también la suya. Tenemos toda una vida para dejarnos transformar por Dios, para que con la ternura propia de un padre, nos vaya haciendo de nuevo, nos vaya moldeando en el amor. La vida de algún modo es también un largo camino de auto descubrimiento, de auto reconocimiento, un camino de desierto y de cuaresma.

La cuaresma también es un camino para descubrirnos en el rostro de los demás, los que van con nosotros de camino por la vida. Jesucristo desde la cruz no se ve a sí mismo, contempla el mundo, nos ve a nosotros. De igual modo estamos invitados en este tiempo a contemplarnos en el rostro de los demás. Mirar nuestras actitudes a la luz de quienes nos rodean, el cómo nos interpela siempre la mirada distinta, la vida que pide o necesita ser sostenida, escuchada, acompañada. Quizás sea un lindo tiempo para descubrir que los oídos, las manos, el cariño y la sabiduría de Dios puede llegar de forma concreta y real por medio de nosotros mismos hacia los demás. Ayunemos de nosotros para darnos a los demás.

La cuaresma termina en la pascua, en la pasión muerte y resurrección de Jesucristo. La cuaresma nos prepara para dejar de ser testigos de una injusta condena a muerte para pasar a hacer contemplación de nuestra salvación. Frente a tanto amor solo podemos contemplar maravillados y dejarnos amar llevando como ofrenda nuestra propia vida madurada en la cuaresma. Llevar nuestra pequeñez a la grandeza de Dios y que de esta forma Cristo pueda hacer un milagro con ella. La fe en Jesucristo es vivir persuadidos de un encuentro que nada ni nadie va a poder evitar, un encuentro que va a darse cara a cara, al final de la cuaresma de nuestra vida, el encuentro con Dios, el encuentro total y definitivo con la persona de Jesucristo. Como no vivirla entonces colmada de esperanza, una esperanza contagiosa, radiante y llena de entusiasmo.

El mal, al igual que lo hizo con Jesús en el desierto, va a intentar tentarnos en nuestra cuaresma, desviarnos sino sacarnos del camino. Que Dios no te quiere o por el contrario que no se necesita prepararse para la pascua por lo mucho que te quiere. Que hay preguntas que mejor no hacerse a uno mismo, que estamos bien así sin mejorar nada o por el contrario que no vamos a poder mejorar por lo desastre que somos etc., etc., etc. Al igual que como lo hace Jesús, será por medio de La Palabra que nos libraremos de la red que el mal nos tiende. Seguir el evangelio de cada día durante toda la cuaresma, un propósito sencillo y a la vez seguro conductor a buen camino.

Como ayer hoy y siempre que sea nuestra madre de Lujan la que nos acompañe en todo el camino de cuaresma, no solo en este 2025 sino también en el de nuestra vida entera.

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Buenos Aires (Luján), domingo 9 de marzo de 2025.

Primer Domingo del tiempo de la Cuaresma.

Por el Diác. Diego Ocampo
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