«Jesucristo da su vida por todos, todos, todos», reflexión en el Viernes Santo

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En este Viernes Santo, al escuchar el evangelio de la Pasión del Señor tan descarnado y detalladamente expuesto por el evangelista San Juan, no podemos más que imaginarnos mirar a los ojos de nuestro Señor Jesús y hacerle la pregunta ¿porque, porque Señor tuviste que sufrir así? Y si bien nos lo han explicado muchas veces de que ha sido por amor a nosotros, a la humanidad toda; todavía, cada vez que escuchamos este evangelio que escuchamos hoy, nos seguimos preguntando lo mismo; ¿Por qué Señor tuviste que padecer así? Si tú eres Dios, si tú lo puedes todo, ¿no había otra forma de lograr nuestra salvación?

De ningún modo esta pregunta supone un cuestionamiento, es simplemente lo que brota de nuestro corazón de creyentes sencillos cuando imaginamos esos momentos al leerlos en el evangelio.

El Domingo de Ramos tuvimos la oportunidad de compartir también el relato de la pasión según San Mateo, en donde Jesús clavado en la Cruz, muriendo en ella dice “Dios mío, Dios mío ¿Por qué me has abandonado?”. Quizás con esta pregunta que hace Jesús en la Cruz, pregunta que muchas veces quizás la hemos hecho también nosotros, podamos comenzar a aproximarnos a este misterio de la salvación por medio de la cruz, algo que en si mismo parece una contradicción un sinsentido y sin embargo es la máxima, la única verdad a la que todo hombre o mujer puede aferrarse frente a los momentos límites de su propia vida.

Permítanme por un momento imaginar la respuesta de Jesús frente a nuestra incertidumbre, con una enorme sonrisa en su rostro, llena de compasión y amor por nosotros:

¿No sufren acaso todos aquellos hombres y mujeres víctimas de la violencia, que sufren graves lesiones o ven morir a sus amigos y familiares, así como todos aquellos privados de libertad que viven por años en condiciones inhumanas de detención?

¿No sufren acaso todos aquellos hombres y mujeres que son forzados a abandonar sus hogares junto con toda su familia víctimas de la guerra o la violencia?

¿No sufren acaso todos aquellos hombres y mujeres que ven vulnerada su dignidad todos los días víctimas de la indiferencia frente a la exclusión, la extrema miseria, la trata de personas y tantas otras formas de esclavitud y humillación humana?

¿No sufren acaso todos aquellos padres y madres que tienen que ver caer a sus hijos víctimas de las más terribles adicciones padeciendo junto con ellos en una vida que parece que se pierde, se va hundiendo cada vez más?

¿No sufren aquellos padres y madres que aun trabajando más de 12hs diarias no pueden llevar el pan y el digno sustento a sus hijos?

¿Y qué decir frente a los enfermos, los que están en situación de calle, los ancianos abandonados en los asilos y los jóvenes sin oportunidades de trabajo o estudio?

¿No sufren las madres que pierden a sus hijos dejando en ellas una herida que el solo paso del tiempo no puede cerrar?

Frente a tanto mal en el mundo, frente a tanto dolor, Jesús elige sufrir con nosotros y de esta forma darle un sentido a todo sufrimiento humano, Jesús elije ser elevado en alto en una cruz para atraernos a todos hacia Él; Jesús elige decirnos “vengan a mi todos los afligidos y agobiados, yo los aliviare”. No hay hombre o mujer en el mundo que no pueda entender e identificarse de algún modo con el sufrimiento de Jesucristo. Quizás nos cuente entender al hijo de Dios, Jesucristo verdadero Dios, pero podemos comprender e identificarnos sin duda a Dios hecho hombre, Jesucristo verdadero hombre que vive y sufre como nosotros.

Dice San Juan Pablo II en su carta apostólica Salvifici Doloris que todo sufrimiento humano, en cualquier tiempo y lugar, ofrecido con fe a nuestro Señor, se asocia al suyo, lo completa, y de esta forma obra junto con El en la SALVACION DEL MUNDO ENTERO.

La Cruz de Jesucristo hace posible que nuestro dolor humano también sirva para la redención de la humanidad. Solo Jesús puede darle sentido a nuestro sufrimiento y de esta forma podremos enfrentarlo como El lo hizo, enfrentarlo con el poder del amor, el poder de una esperanza que no defrauda, el poder de la fe.

Así nos lo dice también San Pablo en su carta a los cristianos de Colosas “Ahora me alegro de poder sufrir con ustedes, y completo en mi carne lo que falta a los padecimientos de Cristo, para el bien de su cuerpo, que es la Iglesia”, iglesia formada por todos los que creen en Jesucristo y así forman parte de su Pueblo.

NO HAY SALVACION SIN CRUZ, así como por medio de la fe en Jesucristo, no hay sufrimiento sin salvación. Solo Jesucristo puede darle sentido al sufrimiento humano y de esta forma sostiene como Simón de Sirene sostuvo la suya, nuestra cruz de cada día.

Solo Jesús puede hacer algo así, amando plenamente, amando de verdad al pecador, ofreciéndonos su perdón y acompañándonos sufriendo con nosotros por el dolor del pecado propio o ajeno. ¿Cómo es posible tanto amor? ¿Cómo es posible dar la vida por quien te mata, voluntariamente y en silencio? Como nos dice San Pablo en su carta a los romanos “Difícilmente se encuentra alguien que dé su vida por un hombre justo; tal vez alguno sea capaz de morir por un bienhechor. Pero la prueba de que Dios nos ama es que Cristo murió por nosotros cuando todavía éramos pecadores.” Jesucristo da su vida por Todos, todos, todos; los que lo conocen y los que no, los que lo aman y los que lo desprecian, haciendo de la cruz su trono glorioso y compartiendo a su vez esta gloria con toda su Iglesia, con todo su Pueblo santificado por su sacrificio.

Pero la Cruz de Jesús supone además otro regalo inmenso e invaluable, que también todos, de una forma u otra podemos entender y sentir.

En el último instante antes de su muerte en la cruz, cuando ya no le quedaba más por dar que su propia vida, Jesús nos entrega a su madre tal como lo describe el evangelio de San Juan. Al ver a la madre y cerca de ella al discípulo a quien el amaba, Jesús le dijo: «Mujer, aquí tienes a tu hijo». Luego dijo al discípulo: «Aquí tienes a tu madre». Y desde aquel momento, el discípulo la recibió en su casa.”

Así como sin cruz no hay salvación, sin cruz no tendríamos como nuestra madre a la virgen María. Ella tuvo que padecer junto a su hijo, tuvo que verlo morir en la cruz pero también pudo verlo resucitado y lo mismo sigue haciendo por cada uno de nosotros. Nos acompaña todo el tiempo, nos sostiene en la debilidad y el sufrimiento, sufre junto a nosotros como una verdadera madre y nos aprieta junto a su pecho cuando el dolor parece que va a matarnos. Pero también se llena de alegría cuando salimos adelante en nuestras dificultades, en especial de aquellas que parecían imposibles de sobrellevar.

Ella como nuestra madre se encuentra a los pies de nuestra cruz de cada día.

En cada rezo del ave maría encomendamos a ella los instantes finales de nuestra vida en este mundo, porque sabemos que será quien venga a buscarnos, para llevarnos con su hijo y así poder resucitar con El.

Hoy como siempre, ella está aquí presente junto a nosotros desde hace casi 400 años como lo estuvo a los pies de la cruz de su hijo. Encomendados a ella, recibiéndola en nuestro hogar en medio de la vida como viene, del dolor y las dificultades de cada día, por la fe en nuestro Señor Jesucristo, tengamos la certeza de que resucitaremos junto con El a una vida plena y eterna.

San Juan Pablo II en su mensaje a los jóvenes chilenos en 1987 dice:

“El amor vence siempre, el amor vence siempre, como Cristo ha vencido; el amor ha vencido, el amor vence siempre.

Aunque en ocasiones, ante sucesos y situaciones concretas pueda parecernos impotente, Cristo parecía impotente en la cruz. Dios SIEMPRE PUEDE MAS.”

Nuestra Señora de Lujan, ruega por nosotros.

 

Buenos Aires (Luján), viernes 18 de abril de 2025.

Viernes Santo, 2025.

Por el Diác. Diego Ocampo
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