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Conmemoración de los Fieles difuntos

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El misterio, quizás, más oscuro y desconcertantes para la historia de la humanidad es el de la muerte. Se abre, ante la experiencia del fin, un interrogante abismal entre el sentido de nuestra vida y el irremediable final. Este problema ha sido abordado de múltiples maneras a lo largo de la historia de las culturas y las religiones, intentado dar una respuesta que traiga consuelo ante la angustia que esto genera. Sin embargo, más allá de todo, el problema sigue abierto. Es en este punto, donde irrumpe la novedad de Cristo: el Dios cristiano es un Dios que no mira este problema desde lejos, sino que el mismo se hace abrazar por la muerte, para abrazar de este modo a quienes pasan y pasaremos por este traumático acontecimiento. La tradición bíblica nos enseña que, en este acto fundamental de amor, ese Dios único y eterno, se hace tiempo, fragilidad y muerte para salvarnos de esa única realidad de la que nos es imposible salir. San Pablo llegara a decir que la muerte ha sido vencida (Cf. 1 Cor 15,54), ante la evidencia tremenda de la resurrección de Jesús de entre los muertos.

Este fundamento de nuestra fe, la resurrección de entre los muertos, ha sembrado en el corazón de todos, una sana rebeldía ante la muerte, un eco que nos susurra interiormente la certeza de que esto sigue, de que la muerte no tiene la ultima palabra, sino que, a partir de Jesús, se ha convertido en una pascua personal, en un paso definitivo a la plenitud de nuestra existencia. Para eso, para que ese paso se efectué, es imprescindible prepara el corazón en el amor, tal como reza el antiguo adagio medieval: “en el atardecer de nuestras vidas, seremos juzgados en el Amor”, juzgados en el corazón de Dios quién, por su misericordia infinita, nos invita a entrar en comunión con él.

Por esta inquietud que nos mueve a buscar lo eterno permanentemente, es que la Iglesia, desde los comienzos, ha encontrado un enorme tesoro espiritual en rezar por los difuntos. Luego de celebrar el día 1 de noviembre la Solemnidad de todos los Santos, de celebrar la evidencia profunda de que los hombres y mujeres que abrieron el corazón de par en par a Cristo ya gozan de la plenitud eterna en el cielo, la Iglesia nos propone conmemorar a todos los fieles difuntos, como una extensión de ese misterio de santidad que engloba a toda la familia cristiana. Cada 2 de noviembre, la conmemoración de los fieles difuntos nos mueve a rezar por todos nuestros seres amados que ya han partido de este mundo, y que, invocando en la oración la misericordia de Dios, pedimos que todos ellos puedan gozar también de la vida feliz en la eternidad, a donde todos peregrinamos, teniendo como faro a la Virgen maría, quien, como nos enseña el Concilio Vaticano II, llego al cielo y desde allí nos ilumina el camino para llegar nosotros también algún día. Rezamos especialmente por nuestros amigos y familiares fallecidos, con la certeza de que puedan descansar en paz, respondiendo a ese eco profundo de nuestro corazón, como lo expreso San Agustín tan magníficamente: “Señor, nos hiciste para Ti, y nuestro corazón permanecerá inquieto hasta que descanse en Ti” (Confesiones, I).

María de Lujan, ruega por nosotros y por nuestros seres amados difuntos. Amen.

 

Buenos Aires (Luján), 1° de noviembre de 2022.

P. Sebastián Ríos

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