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Conmemoración de los Fieles Difuntos

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“Yo Soy la Resurrección y la Vida. El que cree en mí, anqué muera, vivirá” (Jn 11,25)

Cada 2 de noviembre, la Iglesia nos invita a profundizar en una de las prácticas piadosas mas difundidas y urgentes, la oración por nuestros seres amados fallecidos. Ante la experiencia de la muerte, lo humano experimenta su más profunda oscuridad, nuestro límite, nuestra fragilidad más insoportable. A lo largo de la milenaria historia humana, muchas y muchos han intentado dar una respuesta, más o menos satisfactoria, a este problema. Sin embargo, la insoportable evidencia de la muerte pone en jaque cualquier tipo de explicación.

Antes esta situación inevitable, Dios mismo decide hacerse cargo. El misterio de la muerte solo es posible dilucidarlo desde la fe. Dios mismos se hace hombre en su Hijo amado Jesús, para asumir lo más trágico de nuestra existencia, la muerte. Si, Dios mismo muere, para ser solidario con este drama y demostrarnos, así, que la misma muerte ha sido muerta, ha sido acallada para siempre. “¿Dónde esta muerte, tu victoria?” (1 Cor 15,55), se pregunta San Pablo con la certeza profunda de que ya nada ni nadie podrá apagar la luz que la Resurrección de Jesús nos ha regalado.

Aquí radica nuestra alegría, aquí radica nuestra oración: Dios nos ha regalado la esperanza de que lo nuevo esta cerca, que lo nuevo esta próximo y es inminente. Al alzar nuestra mirada, evocamos los rostros de nuestros amados difuntos que ya descansan en el corazón de Dios y que, desde allí, animan nuestra esperanza de un futuro reencuentro.

Rezar por ellos es una necesidad urgente. Rezar para que la paz de Dios los abrace, para pedir perdón si cometieron alguna falta, pues, como nosotros, son humanos y seguramente se han equivocado, pero siempre con la certeza profunda de que están en el mejor lugar preparado para ellos, como el mismo Jesús lo dijo a sus amigos: “Voy a la casa de mi padre, les preparare un lugar, y cuando este listo los vendré a buscar” (Jn 14,3).

La Virgen nos anime y acompañe. Ella fue ya reconocida por los primeros cristianos como “Ianua caeli” (puerta del cielo), por esa confianza en que, al morir, María nos toma de la mano para llevarnos a Dios. A ella encomendamos a nuestros amados difuntos, en la espera de que, desde el corazón de Dios, algún día nos volvamos a encontrar. Nuestra Señora de Lujan, ruega por nosotros.

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Buenos Aires (Luján), jueves 2 de noviembre de 2023

Conmemoración de los fieles difuntos.

P. Sebastián Ríos

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