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Cuarto Domingo de Cuaresma: “Somos su pueblo, llamados a revivir, llamados a ser luz para nuestro tiempo”

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Seguimos caminando hacia la cuaresma, ya muy cerca de la Semana Santa, y descubrimos que, en el camino, nunca estamos solos. Quien haya hecho alguna vez en su vida la peregrinación a pie a Luján, sabe que en el camino nunca se está totalmente solo. Esto mismo que experimentamos nosotros, en este siglo y desde hace 50 años, lo experimentó el pueblo de Israel. Dios nunca nos abandona. Somos nosotros a veces los que lo abandonamos, nos olvidamos de Él, buscamos reemplazarlo con otros dioses. Somos su pueblo, el es nuestro Dios, eso Dios nunca lo olvida. Y si bien, en algún momento, el pueblo se olvidó mucho de Dios, y Dios, como quien quiere cuidar una planta y ve necesario podarla para que se corrija su marcha, para que, de mejores frutos, para que lo que nazca nuevamente lo haga con más vitalidad, Él lo corrigió. Pero un tiempo después, un hombre, extranjero, que no era parte de ese pueblo, le dio nuevamente libertad, la verdadera libertad, la que solo Dios nos da, la que no nos esclaviza, la que no nos usa ni nos desecha, sino la libertad que viene del amor. Y prometió acompañar siempre a su pueblo. Estamos confiados que Dios camina con nosotros, a nuestro lado. Quizá hoy podamos preguntarnos ¿Qué cosas son las que hoy me alejan de Dios? ¿Por qué (cosa o situación), por quién lo estoy cambiando? ¿atrás o al lado de que dios elijo caminar?

Estamos llamados a revivir con Cristo. Y sigo el ejemplo de la planta, que a veces se marchita, se afea, pero quien la cuida confía que con amor puede renacer. Tenemos un Dios que es rico en misericordia, más aún, que Él mismo es Misericordia. Y que por su gran amor nos regala la salvación. Dios no nos cobra nada, la salvación de Dios, el amor de Dios es gratis (que bien nos hace escuchar esa palabra cada tanto, ¿no?). A veces nos puede pasar como ese personaje del Evangelio que se acerca a Jesús y le dice: “Maestro, ¿qué tengo que hacer para tener la vida eterna?” Es como si fuéramos a pedir algo prestado y nos empiezan a poner un montón de requisitos, un montón de condiciones para poder tenerlo. Dios no nos pone condiciones para la Vida, solo nos pide que creamos en Él. Todo el que cree en Él tiene ya la Vida eterna, todo el que escucha su palabra y la pone en práctica, el que vive en él vive en la Luz, Él es nuestra luz en medio de tantas oscuridades.

En el medio de la oscuridad, en el medio de la noche, se da este dialogo que compartimos entre Nicodemo y Jesús. Nicodemo tiene miedo de que lo vean con Jesús, era un hombre reconocido y que lo vieran con Jesús, no lo iba a hacer quedar muy bien. Pero ese es el llamado a los que creemos en Él, ser luz, así como lo es Jesús. Ser luz en nuestro tiempo, ser luz para nuestro tiempo. Jesús vino a salvar, no a condenar. Jesús vino a iluminar nuestras tinieblas a llenarnos de Él, incluso cuando las dificultades del día a día nos hagan difícil ver bien, incluso cuando los dolores nos impidan levantar la cabeza, incluso cuando la Cruz pierda su sentido.

En nuestro Santuario, cuando todas las luces se apagan quedan las luces de las tres lámparas votivas, signo de la oración del pueblo y la lampara que la Virgencita tiene a su lado. Que siempre en nuestro corazón brille una luz, la de Jesús, para poder compartirla con tantos que la necesitan.

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Buenos Aires (Luján), domingo 10 de marzo de 2024.

Cuarto domingo de Cuaresma.

Por el P. Mario Roldan

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